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Editorial: El espíritu del 23 de enero

1 julio 2013

23Enero1958

Algo muy peculiar sucede con la gesta heroica del 23 de enero de 1958. Todos los dirigentes opositores conmemoran esa fecha, pero al parecer no terminan de comprender lo que en aquel entonces ocurrió.

Poco después de perpetrar un fraude electoral, la dictadura de Marcos Pérez Jiménez fue derrocada por la acción conjunta de la sociedad civil y las Fuerzas Armadas. El binomio cívico-militar fue indispensable para recuperar la democracia y las libertades.

Cincuenta y cinco años más tarde, hay muchos más motivos para exigir un cambio inmediato de gobierno, porque Maduro no sólo se robó las elecciones, sino que continúa entregando nuestra patria al régimen castro-comunista cubano, y está destruyendo las instituciones y el aparato productivo nacional.

Sin embargo, los jefes de la MUD insisten en que la salida debe ser única y exclusivamente electoral, rechazando la participación de los militares en la solución de la crisis. Todo indica que son víctimas de la guerra psicológica del gobierno; por eso, cada vez que les preguntan sobre el tema castrense, se ponen nerviosos, aseguran que ellos no quieren un golpe, y que los militares deben quedarse en los cuarteles.

Ciertamente, en condiciones normales las Fuerzas Armadas deben limitarse a sus espacios; pero si la patria es objeto de una invasión cubana, si se entrega nuestro patrimonio a otras naciones, si se comete fraude electoral, si se viola la Constitución sistemáticamente, si se vulneran los derechos humanos, y si ni siquiera se sabe cuál es la verdadera nacionalidad del presunto Jefe de Estado, entonces el problema deja de ser meramente político, y se convierte también en un asunto militar.

Los dirigentes opositores deben rescatar el espíritu del 23 de enero, promover sin miedo protestas de calle, proclamar al mundo entero la ilegitimidad del gobierno, y exigir sin complejos a las Fuerzas Armadas que cumplan con su obligación de defender la soberanía, garantizar la vigencia de la Constitución, y proteger las seguridad de los ciudadanos.

Eso no es llamar a un  golpe de Estado, sino a restablecer la democracia. El golpe lo propinó el gobierno, cuando entregó nuestra nación a los hermanos Castro, y cuando secuestró todos los poderes públicos, incluyendo al CNE, para perpetuarse en el poder.